sábado, 24 de agosto de 2019

Todos hablamos dialecto y no una lengua


Un dialecto es la variedad de una lengua que es compartida por una comunidad




El diminutivo que elijas está empezando a adscribirte como hablante de una zona



No importa de dónde seas: tú hablas un dialecto. Todos hablamos dialecto: yo hablo dialecto; la presentadora de los informativos, al terminar su locución, habla un dialecto; el mejor de los escritores y el más cutre de ellos hablan un dialecto. Incluso si no eres hablante de español, sino un simpático guiri que está aprendiendo la lengua cervantina: hablas un dialecto de la lengua que tengas como idioma materno.
Puede haber reacciones adversas a una idea así: al fin y al cabo la noción de dialecto en la mentalidad común está asociada a un estilo de habla inferior, minoritario, sin refrendo oficial. Cierto es que la palabra dialecto está teñida de connotación negativa; de hecho, es eso precisamente lo que explica que en documentos oficiales haya sido sustituida por otras más neutras como “variedad” o “modalidad lingüística”. Pero en el lenguaje de los especialistas un dialecto es, simplemente y sin ninguna carga prejuiciosa, un término que se emplea para designar a una variedad de lengua que es compartida por una comunidad; un dialecto es la forma que tenemos de hablar una lengua.
Toda lengua, pues, se materializa a través de dialectos y estos no se asocian solo a un territorio concreto: hablamos el dialecto de nuestra zona, con los rasgos socioculturales que nos da nuestro nivel de formación, con el vocabulario jergal que posiblemente nos da la profesión concreta que ejercemos.
Muchos dialectos, ¿verdad? Pues todos ellos son correctos (o incorrectos) según se adecuen a la situación en que utilicemos la lengua. Técnicamente, los lingüistas hablamos del geolecto (dialecto de tu zona), sociolecto (dialecto relacionado con tu nivel educativo) o tecnolecto (dialecto profesional) y los estudiamos en una disciplina llamada “Dialectología”. En ella se consideran dialectos de amplia geografía como el español de Andalucía y de América, tan emparentados entre sí, el dialecto extremeño o el manchego; también tienen cabida las variedades de zonas bilingües, como el español de Cataluña o el del País Vasco. Junto con ellos, los dialectos sociales también encuentran consideración dentro de esta disciplina.
Hay también una especie de dialecto no marcado al que tienden todos los hablantes, que se considera prestigioso, se enseña escolarmente y se usa de forma oficial: es la variedad o dialecto estándar (del que hablamos en este otro artículo), pero este no es materno de nadie, aunque todos lo conozcamos. Tampoco ese estándar es estable ni homogéneo: en el propio español, hay distintos estándares según las zonas, y dialectos que se acercan o alejan más de esas formas prestigiosas.
Cuando la gente vivía normalmente en el mismo pueblo donde había nacido, cuando no había medios de comunicación ni acceso general a la educación, en esa época en que los transportes no eran tan efectivos como los de ahora, las diferencias dialectales de una zona a otra eran muy acusadas. Un símbolo de esa heterogeneidad era la observación de los nombres que se daban al aguijón de las avispas: solo atendiendo al español peninsular aparecían palabras como guizque, fizón, rejo, puyón y varias más. Lo mismo ocurriría si preguntásemos el nombre que damos al juego infantil que en estándar se llama rayuela (dialectalmente teje, michi, luche, avión...) o a otras realidades como el regaliz o la peonza.
¿Cuántas de esas palabras estará vivas ahora? Posiblemente muchas se han perdido en favor de la variante estándar. Desde mediados del siglo XX, la movilidad geográfica y social y la exposición a la lengua general en las aulas y los medios ha hecho que se pierdan o maticen algunos rasgos muy contrastivos de determinados dialectos del español.
Con todo, y pese a esta cierta tendencia a la estandarización, los 480 millones de personas que hablan español como lengua materna no hablan (afortunadamente) un mismo dialecto, una misma variedad. Diferentes proyectos de investigación (como los atlas lingüísticos o los corpus sonoros) llevan años encargándose de recoger, describir e investigar estas distintas variedades territoriales del español. Y ahora, todos sus datos se han puesto en juego para lanzar una aplicación llamada Dialectos del español.
La aplicación es novedosa para el español pero no para el ancho mar de las herramientas informáticas. Aplicaciones como English dialects o Grüezi, Moin, Servus para el inglés y el alemán, respectivamente, han funcionado como precedentes. La aplicación para el español ha sido diseñada por los profesores Miriam Bouzouita (Universidad de Gante), Mónica Castillo Lluch (Universidad de Lausana) y Enrique Pato (Universidad de Montreal). Está disponible en web y como aplicación para dispositivos con Android y ha sido lanzada hace unas semanas.
La aplicación plantea un juego de preguntas, veintiséis en total, donde solo hay que marcar la respuesta que espontáneamente refleja nuestra forma propia de hablar. Si a un perro pequeño lo llamas perrito, perrete, perruco, perrillo, perrín o perrino, el diminutivo que elijas está empezando a adscribirte como hablante de una zona. Ese rasgo irá cruzándose con otras elecciones hasta tratar de hacerte tu perfil dialectal.

Otros rasgos por los que pregunta la aplicación tienen que ver con tu forma de atender el teléfono (¿dices aló, dígame, bueno, sí o a ver?), tus preferencias entre habían muchos estudiantes o había muchos estudiantes (la pluralización de haber, no estándar, es común en América y Cataluña). Si dices que el libro le tienes en casa, ese leísmo de cosa está apuntando a una zona del mundo hispánico; si rechazas algo señalando que no quieres más nada o nada más, si coges la sartén o el sartén por el mango y sueñas que con que si tendrías dinero, dejarías de trabajar, estás marcándote dialectalmente como propio de zonas concretas del área hispana.
Al final del juego de preguntas que se plantea, la aplicación se atreverá a decirte de dónde eres atendiendo a tu lengua a través de las respuestas que has dado. La dificultad que debe superar este programa, con todo, es que ya no somos hablantes íntegramente dialectales, esto es, que todos sabemos qué significa la palabra guisante aunque dialectalmente los llamemos vainas, gandules, arvejas o petipuás. Un logro de la aplicación es que atiende a todo aquello que no se incluye en lo que popularmente llamamos “acento”. Normalmente, la forma de pronunciar una variedad o dialecto es el primer elemento que oralmente identificamos para decir que alguien tiene acento de una zona. Nos resultan muy fácilmente reconocibles acentos del español como el andaluz, el gallego, el argentino o el catalán, pero la diferencia de acento solo se hace diferencia dialectal si se ve acompañada de características léxicas o sintácticas, que son las que se estudian en esta aplicación.
Con todo, la aplicación muestra el interés creciente que nos despiertan las lenguas, los modos de hablar y de escribir, las palabras con que materializamos nuestro pensamiento, ese dialecto que con sus diferencias de hablante a hablante nos permite entender este texto que ahora acaba. Y tú, ¿qué dialecto hablas?


jueves, 22 de agosto de 2019

Pepa y Pepe

Ala...dina

Un día de estrés y miedo en el Cervino

Fuente: EL PAÍS  https://elpais.com/deportes/2019/08/21/actualidad/1566407767_152612.html
El autor relata su inquietante experiencia como guía en una cumbre que se ha cobrado cerca de 500 muertos

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El guía argentino Tomi Aguiló y su clienta Elisa recorren el camino entre la cima suiza y la italiana. Ó. G.

Zermatt (Suiza) 22 AGO 2019 - 17:07 CEST


El guarda del refugio Hörnli, a los pies de la vertiente suiza del Matterhorn (Cervino para los italianos), custodia la puerta de salida con los brazos cruzados. Nadie puede salir hasta que el reloj marque las 4.50 de la madrugada. Frente a él, algo más de 30 guías de alta montaña y sus respectivos clientes aguardan en un clima de tensión. Guiar la arista Hörnli es un trabajo único en el mundo del alpinismo. Visto desde la lejanía, el Cervino (4.478 metros) es la montañaperfecta, soñada, cuatro aristas bien definidas que convergen en su cima, una invitación estética cuyo atractivo sigue siendo irresistible. Pero una vez que uno pone sus pies en la montaña, comprueba horrorizado que se trata de un lugar sumamente peligroso, una escombrera de roca descompuesta donde los peligros objetivos resultan casi insoportables. Se han registrado tantos accidentes en esta montaña —unos 500 muertos— que los guías suizos decidieron organizar el tráfico… a su manera.
Las reglas son: todo el que desee escalar la montaña debe pasar por el refugio Hörnli y, después de pagar 150 euros por cenar, dormir y desayunar, ser muy obediente. No se sirve el desayuno hasta las 4.30 de la madrugada, todos completamente vestidos y con el arnés colocado. A diferencia de en la cena, apenas se escucha un murmullo mientras el café y el té circulan por las mesas. Las puertas se abren a las 4.50, pero únicamente para los guías suizos, que eligen, incluso, quién será el primero. Diez minutos después se volverá a abrir la puerta para que salgan el resto de guías: italianos, españoles, norteamericanos, ingleses, checos… Los últimos serán alpinistas independientes. Cada guía puede conducir solo a un usuario. Estamos ya en fila india, atados con la cuerda a nuestro cliente. El mío se llama Fernando, ecuatoriano de 32 años, y apenas tres días atrás compartimos la cima del Mont Blanc. Forma parte de un grupo de ocho clientes ecuatorianos para los que hemos trabajado cuatro guías. De los ocho, solo cuatro deseaban enfrentarse al Cervino así que, en una Babel improvisada, estamos dos guías de Ecuador, uno de la Patagonia argentina y yo mismo.
Frustración previsible
Mientras vigilo con un ojo la apertura de la puerta, recuerdo las palabras de Joshua Jarrin la noche antes de partir hacia el Mont Blanc. Joshua es el guía que ha organizado junto a la agencia Kuntur esta salida, y se ve en la obligación de aclarar ciertos aspectos: anuncian mucho viento en altura, puede que nadie logre alcanzar la cumbre, así que anticipándose a la previsible frustración de sus clientes evoca un principio muy simple: “Recuerden que lo más importante es regresar vivos, pasarlo bien, y si es posible alcanzar la cima. Siempre en este orden”.
Hace apenas una semana, un guía y su cliente murieron en la arista Hörnli cuando el bloque de roca al que estaba fijada la cuerda por la que progresaban se desprendió. Algo tan improbable como caer en una zanja descomunal cuando uno conduce su coche por la autopista. Nadie está a salvo de estos accidentes. Dos imágenes se alternan en mi cabeza mientras miro el reloj, nervioso: la salida de los toros en los sanfermines, y la apertura de las compuertas en las barcazas norteamericanas antes de saltar a una playa normanda. Con los cascos, las lámparas frontales y las mochilas con sus piolets, parece que vamos a la guerra. “Tenemos unos 10 minutos de marcha hasta el inicio de la arista y es fundamental que no perdamos ni una posición. Tenemos que volar. Ya descansaremos en el atasco de las primeras cuerdas fijas”, repito una vez más. Nunca sé si los clientes son conscientes de ciertos peligros, del enorme compromiso compartido en montañas de estas características. A veces, temo que crean que, en compañía de un guía, nada puede ocurrirles. Yo sé que las rocas que caen al azar no distinguen entre guías y clientes. Por eso llevaba años rechazando trabajar en este lugar. Pero no son solo las rocas que caen porque sí: muchas veces son las cordadas las que lanzan proyectiles a los que circulan por debajo, y en esta montaña estamos cerca de 100 personas al mismo tiempo.
Sabiendo esto, las reglas de los suizos están diseñadas para su protección: no quieren que nadie escale por encima de ellos, a sabiendas de que cuantos más alpinistas tengan sobre sus cabezas, más posibilidades existen de recibir un desprendimiento provocado por otra cordada. “Es muy sencillo: los suizos primero y la basura después”, resume Pierre, un guía francés que no disimula lo mucho que le asquea esta política. Es el signo de los tiempos: las montañas icónicas se privatizan, desde el Cervino al Mont Blanc, pasando por el Everest. Y aquí se mezclan los intereses económicos con las normas de seguridad. Muchos guías ni siquiera sabemos cómo manejar tal incongruencia: formamos parte de esta bárbara comercialización de la montaña. Sin nuestro trabajo, puede que estas montañas no se masificasen jamás y, desde luego, pocos guías disfrutan de esta forma antinatural de practicar el alpinismo. Pero se gana dinero, 1.200 euros por guiar en el Cervino. Puede parecer una suma enorme, pero ¿cuánto vale una vida? ¿Por qué asumir este riesgo? Todos los alpinistas son optimistas irredentos: ninguno piensa que va a sufrir un accidente. Solo este pensamiento simplista explica que guías y clientes se expongan de tal forma.
Encendemos las frontales y salimos a la carrera al frío exterior. Nos separan 1.200 metros de desnivel de la cima. No hemos hecho la digestión y la altura nos hace jadear. Volvemos a hacer cola: los primeros metros de la vía son totalmente verticales, y existe una maroma de cuerda para tirar de ella y progresar. Los guías tiran con energía de la cuerda, tratan de recuperar el tiempo que perderán sus clientes, menos acostumbrados a este tipo de ejercicios. Una cordada trata de evitar la cola, hasta que un guía italiano sujeta al primero y le recuerda las normas. Se discute. La tensión se refleja en la cara de Fernando, así que trato de distraerle explicándole la mejor forma de remontar la cuerda fija. Es mi turno y es liberador. Escalo 20 metros y tenso la cuerda de nueve milímetros de grosor que me une a Fernando. Cuando me alcanza vuelvo a salir de inmediato y enseguida estamos solos, sin lámparas frontales a la vista. La ruta zigzaguea de un lado a otro y sé que ha empezado una pugna contra el reloj.
Fernando es muy resistente y mentalmente fuerte, pero su motor es diésel. Para añadir estrés a la situación, debemos estar a las 16.20 en la puerta del último teleférico, de lo contrario deberá pagar 300 euros de refugio y media jornada de trabajo para su guía. Pero la realidad es que cuanto más tiempo permanezcamos en la montaña, más posibilidades tenemos de sufrir un accidente. En esta ruta, apenas se camina. Se progresa trepando, usando pies y manos, y cuanto más ascendemos, más verticalidad presenta la montaña. En el último tercio de la vía aparecen de nuevo cuerdas fijas para salvar las principales dificultades. Avanzo obsesionado con adelantar cuantas más cordadas mejor. A 4.000 metros se encuentra el vivac Solvay, un diminuto refugio diseñado para acoger emergencias. Los guías suizos suelen darse la vuelta en este punto con sus clientes si tardan más de dos horas y media en llegar. Es un proceso de selección severo, porque obliga a los participantes menos fuertes a sufrir un calvario para cumplir el horario. Muchas veces, llegan en hora, pero tan cansados que apenas pueden seguir.
Si caigo, caemos los dos
Sé que Fernando no puede correr, así que en su lugar corro yo, buscando los pasos más sencillos y adelantándome unos metros para tensar la cuerda y ayudarle. Estamos juntos en esto, pero si yo me caigo, nos vamos los dos. A cambio, cada guía confía en su técnica y en su experiencia para detener la caída de un cliente.
Las caídas indiscriminadas de rocas son otra cuestión. Miramos de reojo el amanecer, apagamos las lámparas frontales y apenas paramos para beber un sorbo de agua. Dos horas y 40 minutos desde nuestra salida estamos en Solvay, donde dos guías y sus clientes esperan que se despeje el camino para abandonar. Conozco a uno de los guías y me explica en castellano que su cliente, norteamericano, ha llegado fundido. Fernando se ha quitado el casco y se seca el sudor con una pequeña toalla. Los dos guías me interrogan con la mirada. Sí, creo que vamos a hacer cima. Queda la parte más técnica de la ruta. Consigo separarme un poco de la arista para adelantar a cuatro cordadas, un pequeño triunfo que me reconforta: ocho personas menos sobre nuestras cabezas.
Los primeros en alcanzar la cima descienden ya, nos cruzamos en lugares sumamente aéreos y verticales, haciendo equilibrios para no empujarnos los unos a los otros. El hielo se mezcla ahora con la roca, y sacamos piolets y crampones. Nos atascamos un poco en las cuerdas fijas, pero la cima está a mano. Cruzamos felicitaciones con los amigos que bajan a la carrera.
El Cervino tiene dos cimas: la suiza y la italiana. Nos quedamos en la primera y emprendemos el descenso. Hemos invertido hasta aquí cinco horas y diez minutos. Nos costará lo mismo regresar al refugio. “Venga, venga”, repito como un mantra. Fernando destrepa las partes más sencillas encarando el tremendo vacío, mientras tenso la cuerda para darle confianza. En los resaltes más verticales le descuelgo para ganar tiempo, pero no ganamos ni un segundo: impresionado, no escucha mis indicaciones, se bambolea, se desequilibra y se asusta aún más. Le grito una vez más las pautas y él me grita de vuelta. Miro con aprensión el terreno, las cordadas que aún discurren por encima. He visto a muchos clientes agotados, sin apenas reflejos, y temo que nos tiren un bloque de roca. Tenemos que salir de aquí. Hacemos las paces en una repisa, repito las consignas y arrancamos de nuevo. Más tarde, Fernando me confesará que, más que cansado, estaba aterrado, incapaz de moverse con soltura. Un grito me alerta, y enseguida veo de reojo dos bloques en caída libre a unos 20 metros a nuestra derecha. Empujo a Fernando bajo un pequeño techo y me encojo. Nos ha avisado el otro guía español que estaba en la montaña. Agradecidos, seguimos perdiendo altura, con el refugio a la vista pero nunca más cerca.
Cuando al fin pisamos la base de la montaña, salimos disparados hacia el refugio, recogemos todo y volamos hacia el teleférico. Tenemos una hora para llegar. Me disculpo ante Fernando por el estrés al que le he sometido y le pregunto por la experiencia. “Me ha gustado la montaña, pero el estrés es tan brutal que… nunca más”. Por muy buenas que sean las formas, en estas circunstancias los guías torturamos a los clientes, presionándoles para que avancen, para que corran por el bien de ambos. Puede que sea legítimo, pero resulta violento, cruel y, desde luego, no es la forma soñada de practicar montañismo.


domingo, 11 de agosto de 2019

Perseidas 2019: Cuándo y dónde ver la lluvia de estrellas de agosto

Fuente: "El País" (10/08/2019)

Perseidas 2019: Cuándo y dónde ver la lluvia de estrellas de agosto

La máxima frecuencia de meteoros se producirá en la madrugada del 12 al 13 de agosto, aunque la Luna dificultará su observación

perseidas 2019
La lluvia de estrellas fugaces conocidas como Perseidas, tendrá su pico en la madrugada del 12 al 13 de agosto.  GETTY
Cada año, desde mediados de julio hasta finales de agosto, la Tierra atraviesa una nube de polvo estelar y el cielo se llena de brillantes chispazos. Este festival de estrellas fugaces, conocidas como perseidas, tendrá este verano su pico en la madrugada del 12 al 13 de agosto, la noche de San Lorenzo, cuando la Tierra cruce la órbita del cometa Swift-Tuttle. Cada vez que su trayectoria le lleva cerca del Sol, ese cuerpo celeste de 27 kilómetros de diámetro, el mayor de los que pasan regularmente por las inmediaciones de nuestro planeta, siembra parte de su órbita de residuos desprendidos por el viento solar. Cuando la Tierra pasa por esa zona, las partículas suspendidas se ponen incandescentes por la fricción al entrar en la atmósfera a más de 200.000 kilómetros por hora y producen así las estrellas fugaces.
Las perseidas reciben este nombre porque su aparente lugar de procedencia o radiante se encuentra en la constelación de Perseo. Según la mitología, este héroe griego era hijo del dios Zeus, que bajó del Olimpo en forma de lluvia de oro para poseer a la bella Dánae. Las perseidas ya aparecen registradas en los anales chinos de hace 2.000 años y en la Edad Media se las conocía en Europa como las lágrimas de San Lorenzo, un mártir que, según la tradición, fue asado vivo en el siglo III y cuya festividad se celebra el 10 de agosto.
Para observar la lluvia de estrellas más popular, y también la más fácilmente observable de las que tienen lugar a lo largo del año, solo es necesario alejarse tanto como sea posible de las luces de las grandes ciudades, que ahogan el brillo del cielo, e intentar estar en un lugar claro y despejado sin edificios, árboles o montañas a la vista. También hay que mirar en dirección noreste (en la dirección opuesta de la posición de la Luna para tener más oscuridad), por encima del Ecuador. Este año el periodo de actividad máxima se producirá entre las cuatro de la mañana y las cinco de la tarde (hora peninsular) del martes 13 de agosto, cuando se calcula que habrá entre 80 y 200 meteoros por hora. Por ello, la mejor noche para la observación debería ser la del 12 al 13 de agosto. Eso sí, la Luna, que estará en fase creciente y ya muy luminosa (el jueves 15 habrá luna llena), dificultará la observación. Uno de los consejos para apreciar mejor las perseidases, si se tiene paciencia y no se tiene sueño, esperar a que la Luna se oculte (ese día sobre 5.00) y aprovechar el breve periodo de tiempo hasta el comienzo del amanecer.
Para los amantes del astroturismo, del 9 al 13 de agosto Astroafición organiza en Madrid actividades nocturnas para ver las perseidas en la Sierra madrileña en compañía de astrónomos, una actividad en la que también se podrán tocar verdaderos meteoritos. El Centro Astronómico de Tiedra, en Valladolid, celebra del 7 al 14 de agosto la Semana Perseida con noches en su observatorio y en la Ermita de Tiedra. Y el complejo rural Entre Encinas y Estrellas, en Cáceres, organiza salidas nocturnas para observarlas.
Contadores de estrellas es un proyecto de colaboración científica ciudadana para participar en el recuento de meteoros y calcular las tasas de actividad de las lluvias de estrellas, una iniciativa en la que colaboran la Organización Internacional de Meteoros (IMO), el Instituto Astrofísico de Canarias (IAC) y la Universidad Politécnica de Madrid (UPM). Para ello hay que descargar una aplicación móvil, poner el teléfono en modo nocturno y seguir las instrucciones de la guía que hay en su web.

Otras lluvias de estrellas

La noche del 13 de noviembre de 1833, la costa Oeste de Estados Unidos estuvo iluminada durante más de seis horas por miles de leónidas, algunas de ellas tan grandes y brillantes como la Luna
Existen otras lluvias de meteoros que se repiten cíclicamente: las dracónidas(por su radiante en la constelación del Dragón) aparecen cada año a principios de octubre, y tienen su origen en la nube de partículas que dejó el cometa 21P / Giacobini-Zinner la última vez que se acercó a la Tierra, a finales del siglo XIX. En 2011, la lluvia de dracónidas alcanzó una intensidad de un meteoro por minuto.
Entre el 15 y el 21 de noviembre surcan el cielo las leónidas, llamadas así por su aparente origen en la constelación de Leo. Cruzan el cielo a una velocidad extremadamente rápida, hasta 250.000 kilómetros por hora, dejando una bonita estela verde. Cada 33 años, cuando el cometa 55P/Tempel-Tuttle, descubierto en 1865, pasa por el perihelio, provocan espectaculares lluvias de estrellas, llegando a alcanzar una frecuencia de miles de meteoros por hora. Algunas de estas lluvias de estrellas alcanzaron proporciones superlativas: la noche del 13 de noviembre de 1833, la costa Oeste de Estados Unidos estuvo iluminada durante más de seis horas por miles de bolas de fuego, algunas de ellas tan grandes y brillantes como la Luna. Muchos pensaron que llegaba el fin del mundo. Según la NASA, la próxima gran tormenta de leónidas no se producirá hasta 2098.
A mediados de diciembre llegan las gemínidas, provocadas por el asteroide 3200 Faetón. Con unas 120 estrellas por hora, será la lluvia más abundante del año. Ya en enero de 2020, se podrán ver las cuadrántidas, una de las lluvias de estrellas más activas, con más de 120 meteoros por hora en su pico máximo, el 3 de enero. Se cree que su origen está en el asteroide 2003 EH1, fragmento de un cometa muerto.

sábado, 10 de agosto de 2019

V Centenario de la primera vuelta al mundo: Elcano y Magallanes.



500 años de la primera vuelta al mundo

El 10 de agosto de 2019 se cumplen 500 años del inicio de una gesta que encumbró al navegante español Juan Sebastián Elcano y al portugués Fernando de Magallanes, protagonistas de la primera expedición que dio, sin quererlo, la vuelta al mundo.
09/08/2019
Se cumplen cinco siglos desde que Juan Sebastián Elcano, Fernando de Magallanes y 235 hombres más saliesen del puerto de Sevilla para dar, sin saberlo, la primera vuelta al mundo. Repartidos en cinco naves: la Trinidad, la San Antonio, la Concepción, la Santiago y la Victoria, su objetivo era encontrar para España una nueva ruta de las especias que respetase el Tratado de Tordesillas firmado con Portugal en 1494.
La idea inicial era llegar a las islas Molucas de Indonesia pasando por la costa americana y cruzando el Pacífico (que nunca antes había sido atravesado) y volver por la misma ruta a la inversa. Sin embargo, la gran distancia y lo tortuoso del viaje les llevó a seguir avanzando de este a oeste por la ruta ya conocida, contraviniendo el convenio rubricado con los lusos para poder sobrevivir.
Un viaje dramático del que sólo regresó una nave, la Victoria, tres años más tarde, capitaneada por Elcano (tras la muerte de Magallanes en Filipinas en 1521) con 17 marinos más. Pero histórico que demostró la teoría de que la Tierra tenía forma esférica, y que repercutió en diversos ámbitos: comercio, cartografía, comunicaciones, biología, etc. De la misma forma que ha influido en la expansión de la cultura española a lo largo y ancho del mundo en los últimos 500 años.

Actividades de conmemoración

Una fecha así no podía quedar indiferente, mucho menos en España, principal impulsora de la gesta. Durante este 2019 se han celebrado ya actos diversos y exposiciones relacionadas con esta primera Circunnavegación a la Tierra. Incluso, actividades que han querido alcanzar a los más pequeños, como una reproducción de la salida de las cinco naos con figuras de Playmobil en Sanlúcar de Barrameda, uno de los puntos por los que pasó la expedición. Y también con el estreno de una película de animación: Elcano y Magallanes: la primera vuelta al mundo, una producción española dirigida por Ángel Alonso estrenada en el mes de julio.
Juan Sebastián Elcano / V Centenario 1.ª Vuelta al Mundo

Por otra parte, desde el Ministerio de Cultura se ha coordinado un programa de actividades que ya han dado comienzo y que se extenderá, de momento, hasta 2020. Un ejemplo es el ciclo de conferencias Los océanos 500 años después, impulsado por el Instituto Cervantes, para reflexionar sobre la calidad actual de las aguas que nos rodean y de cómo ha cambiado su fauna y flora en los últimos cinco siglos.
Habrá también representaciones teatrales, óperas y conciertos en distintos puntos de la geografía española; documentales, podcast y series en el plano audiovisual; exposiciones y eventos divulgativos para grandes y pequeños; y mucho espacio para la náutica.
Otros de los ejemplos más destacados están promovidos por el Ayuntamiento de Sevilla, que ha puesto en marcha diversos actos de conmemoración que abarcarán el periodo de tres años de duración del viaje de Elcano y Magallanes, cinco siglos después. Entre ellos, la inauguración del centro de interpretación sobre la Primera Circunnavegación a la Tierra en la sede de Turismo de Sevilla, una apuesta de la Fundación Nao Victoria. Éste contará con un espacio expositivo con materiales audiovisuales e instalaciones escenográficas. Además, a lo largo de 2020 atracará junto a sus dependencias una réplica de la Nao Victoria, todavía en construcción.
Por otra parte, la capital andaluza está organizando rutas teatralizadas por los enclaves históricos de la expedición. Y para el mismo día 10 de agosto, por sus calles se celebrará un desfile y un homenaje por parte de la Armada, que culminará con el izado de la bandera conmemorativa de este quinto centenario junto a la Torre del Oro, epicentro de la salida de la expedición.
Un buen número de gestos que buscan conocer la historia devolver el recuerdo de esas 239 personas que un día se embarcaron a orillas del río Guadalquivir en una aventura que para muchos no tuvo retorno. Y cuya hazaña marcó un antes y un después en la historia de nuestro mundo.

Nana (Natalia Lacunza)